Entran y salen, van y vienen, siempre vuelven con olores de diferentes lugares que me cuentan lo que se cuece por el mundo.
Los espero impaciente en la ventana, en cuanto los escucho los llamo para que suban rápido y me cuenten todo lo vivido; -y de paso me renueven el agua y el pienso del par de días de soledad vividos.
A veces a mi también me tocan unas merecidas vacaciones en un campito lejos de la ciudad con un familiar cercano, pero me veo en la obligación de estar constantemente vigilando sobre la valla, porque noto el territorio demasiado desprotegido.
La semana pasada fué así, disfruté de unos días y al llegar a casa me dediqué a inspeccionar con atención para no perder detalle.
Fueron infinitos los olores que mi cerebro tuvo que procesar para entender lo que decían. Eran olores nazaríes, romanos y de antiguos reinos, el agua brotaba de frondosos vergeles, viajaba desde lo alto de la montaña canalizada por acequias de recorridos inteligentes.
A eso olía, a montaña Granadina, a las alpujarras.
Al mirarme, imágenes de altas montañas inundaron mi mente, y fuí consciente de la fortuna que habían tenido al visitar esos lugares y contemplar un medio salvaje.
Fué una expedición corta pero muy intensa, me dejó agotado durante un par de días solamente el revivirla por sus olores y vibraciones.
Al mirarme, imágenes de altas montañas inundaron mi mente, y fuí consciente de la fortuna que habían tenido al visitar esos lugares y contemplar un medio salvaje.
Fué una expedición corta pero muy intensa, me dejó agotado durante un par de días solamente el revivirla por sus olores y vibraciones.
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